Gracias a la televisión, que nos brindó la oportunidad de seguir las semifinales y la final de la última edición del Concurso Internacional de Piano de Santander, celebrada en agosto pasado, tuvimos la ocasión de conocer y admirar a un jovencísimo pianista canadiense, de origen chino, que acabaría por conquistar el corazón del público y alzarse con el segundo premio de este certamen, que se cuenta entre los más importantes del mundo.

Se trata de Avan Yu, un menudo joven con un talento pianístico verdaderamente excepcional, del que de inmediato nos llama la atención lo portentoso de su técnica. Aunque a continuación descubramos que posee también una maravillosa imaginación, que le permite retratar con toda nitidez el perfil de compositores tan diferentes como Schumann y Ravel, o Mozart y Liszt.

El sábado en el Conservatorio levantó al público de sus asientos tras su excelente versión de la lisztiana Rapsodia húngara número 12 que cerraba el programa, al que habría de agregar dos estudios de Chopin, impecables. Antes había dispensado una ejecución ciertamente deslumbrante del Gaspard de la nuit de Ravel, ocasión en la que mejor pudieron apreciarse las cualidades de este pianista: virtuosismo ennoblecido, refinamiento y buen gusto, y sentido de la forma.

Y ello, tras una primera parte en la que ofreció un Mozart exquisito y vocal, en el Rondó en la menor, y una versión de la Fantasía op.17 de Schumann, muy correcta y bien planteada musicalmente, pero a la que quizás faltó algo de fuerza y apasionamiento, aparte de que los improcedentes aplausos del público tras el segundo movimiento rompieran el clima que se requiere antes del sublime lento final. En todo caso, y además de certificarse que este joven es un pianista de muy altos vuelos, una cosa quedó clara: que el manido tópico de que los pianistas orientales son excesivamente calculadores y poco cálidos, no casa en absoluto con Avan Yu, artista sensible de los pies a la cabeza.